Beso robado
No hay beso que no sea principio de despedida; incluso el de llegada.
George Bernard Shaw
George Bernard Shaw
Todos los días la misma rutina, suena el despertador, corriendo a la ducha, un desayuno compuesto por un tazón de cereales con yogur líquido natural, un zumo de piña y una manzana. Luego corriendo a coger el metro y todos los días, por increíble que parezca, la misma gente en casi los mismos lugares. Rutina, rutina y más rutina en una cuidad que parece ser siempre diferente y sin embargo se conserva igual día tras día. Al menos hasta ese día...
Subió al metro en el mismo vagón donde lo hacía siempre y se colocó en la misma esquina donde lo hacía siempre, esa que parecía estar esperándola todas y cada una de las mañanas. Cogió el libro de turno de la bolsa del ordenador y procedió a abrirlo donde señalaba el marcapáginas. Sólo fue un momento, ese en el que uno levanta la vista para situarla en la línea que va a comenzar a leer, durante esos segundos le vió, sentado enfrente de ella, mirándola sin verla, medio adormilado por el madrugón. Vestía unos vaqueros y un jersey de rayas, una bandolera se cruzaba sobre su pecho. No era guapo, tampoco feo, simplemente estaba ahí, distraído, sin embargo, tenía un aire de pícara inocencia que tanto le gustaba. Volvió a su lectura y pareció olvidarse de que él estaba allí. Era una salida de la rutina, pero nada más, todos los días había alguna, no le dio importancia..., todos los días puedes cruzarte con alguien que te llama la atención pero no vuelves a ver en la vida. Al menos eso pensó ella cuando vió que él se bajaba dos estaciones antes que la suya.
Todo siguió igual hasta la semana siguiente, el mismo día, a la misma hora, en el mismo vagón, en el mismo sitio apareció él. En esa ocasión llevaba unos chinos de color marino, una camisa azul claro y una americana azul oscuro. No se había fijado pero tenía los ojos de un color verdoso que destacaba sobre el conjunto azul. En esa ocasión había cambiado la bandolera por una carpeta..., iba estudiando lo que parecía ser un dossier. Le miró un momento y pensó que era una simple coincidencia, a veces la no rutina tiene estas cosas. Eso mismo pasó todos los martes durante dos semanas más, un mes, un curso, algo pasajero, nada más.
A la semana siguiente, y de modo insconciente, subió al vagón esperando encontrarse con ese chico, pero no lo vio. "Claro, el seminario habrá terminado ya, así que vuelta a la rutina", pensó, así que abrió su libro, uno nuevo, y se puso a leer. No obstante, había algo diferente en el ambiente esa mañana...
Levantó la vista de la página y observó a su alrededor..., todo el mundo parecía estar en el mismo lugar que siempre, "imaginaciones mías", se dijo a sí misma, y bajo la vista. Justo en ese instante le vio, venía hacia ella, con aire resuelto, decidido. Su andar seguro y firme pese a los vaivenes del metro le sorprendió. Su semblante serio le pareció más atractivo todavía que el distraído de todas las anteriores mañanas y no pudo por menos que quedársele mirando fijamente..., no podía apartar sus ojos de él, era como un imán. No se dio cuenta, pero el libro se había resbalado de sus manos; justo antes de estrellarse contra el suelo, una mano varonil pero dulce, lo cogió en el aire. Se lo tendió mientras la miraba a los ojos, se acercaba a su oreja y le decía...
P.D. La frase de él es el título de uno de los libros del escritor italiano Federico Moccia. Más información sobre el libro aquí.
Subió al metro en el mismo vagón donde lo hacía siempre y se colocó en la misma esquina donde lo hacía siempre, esa que parecía estar esperándola todas y cada una de las mañanas. Cogió el libro de turno de la bolsa del ordenador y procedió a abrirlo donde señalaba el marcapáginas. Sólo fue un momento, ese en el que uno levanta la vista para situarla en la línea que va a comenzar a leer, durante esos segundos le vió, sentado enfrente de ella, mirándola sin verla, medio adormilado por el madrugón. Vestía unos vaqueros y un jersey de rayas, una bandolera se cruzaba sobre su pecho. No era guapo, tampoco feo, simplemente estaba ahí, distraído, sin embargo, tenía un aire de pícara inocencia que tanto le gustaba. Volvió a su lectura y pareció olvidarse de que él estaba allí. Era una salida de la rutina, pero nada más, todos los días había alguna, no le dio importancia..., todos los días puedes cruzarte con alguien que te llama la atención pero no vuelves a ver en la vida. Al menos eso pensó ella cuando vió que él se bajaba dos estaciones antes que la suya.
Todo siguió igual hasta la semana siguiente, el mismo día, a la misma hora, en el mismo vagón, en el mismo sitio apareció él. En esa ocasión llevaba unos chinos de color marino, una camisa azul claro y una americana azul oscuro. No se había fijado pero tenía los ojos de un color verdoso que destacaba sobre el conjunto azul. En esa ocasión había cambiado la bandolera por una carpeta..., iba estudiando lo que parecía ser un dossier. Le miró un momento y pensó que era una simple coincidencia, a veces la no rutina tiene estas cosas. Eso mismo pasó todos los martes durante dos semanas más, un mes, un curso, algo pasajero, nada más.
A la semana siguiente, y de modo insconciente, subió al vagón esperando encontrarse con ese chico, pero no lo vio. "Claro, el seminario habrá terminado ya, así que vuelta a la rutina", pensó, así que abrió su libro, uno nuevo, y se puso a leer. No obstante, había algo diferente en el ambiente esa mañana...
Levantó la vista de la página y observó a su alrededor..., todo el mundo parecía estar en el mismo lugar que siempre, "imaginaciones mías", se dijo a sí misma, y bajo la vista. Justo en ese instante le vio, venía hacia ella, con aire resuelto, decidido. Su andar seguro y firme pese a los vaivenes del metro le sorprendió. Su semblante serio le pareció más atractivo todavía que el distraído de todas las anteriores mañanas y no pudo por menos que quedársele mirando fijamente..., no podía apartar sus ojos de él, era como un imán. No se dio cuenta, pero el libro se había resbalado de sus manos; justo antes de estrellarse contra el suelo, una mano varonil pero dulce, lo cogió en el aire. Se lo tendió mientras la miraba a los ojos, se acercaba a su oreja y le decía...
"Perdona si te llamo amor". Acto seguido la besó y ya nada volvió a ser rutina en su vida.
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P.D. La frase de él es el título de uno de los libros del escritor italiano Federico Moccia. Más información sobre el libro aquí.
2 comentarios:
Ains... tas perdonado, hijo mío ^^
Qué bonito!! Y oye, adoro ese faro, jejeje.
Me alegro de que te guste, llevaba tiempo rondado por mi cabeza hacer algo así y ha costado, no creas =P Próximo objetivo, portátil para escribir siempre que se me ocurra algo ;D
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