Amores prohibidos
Este es el relato que prometí a Clara sobre gatos, espero que os guste.
Abrió los ojos y miró alrededor, todo estaba tranquilo. Como cada mañana desde hacía tres años, observó la habitación y vio el mismo cuadro, la misma imagen, muñecas y figuritas que parecían sonreírle con el buen humor de quien se despierta descansado, los tímidos rayos de luz asomando sobre la persiana bajada sólo a medias, como a ella le gustaba dejarla, para que, si se despertaba por la noche, no se asustara. Todo era conocido, olía a casa, era feliz..., salvo por un detalle, no era humano.
Se desperezó y procedió a su protocolo diario, el mismo que le enseñó su madre en su cuna-caja. Se levantó y se estiró, primero las patas delanteras, echando el culo hacia atrás y hacia arriba, luego el cuerpo y la espalda, arqueándolos bien, y finalmente las patas traseras, proceso que hizo mientras andaba hacia la cama de su dueña. Se sentó y se mojó con la lengua la parte interior de su pata delantera derecha, se la pasó por la cara, los bigotes y la trasera de la oreja derecha e hizo lo mismo con su pata izquierda. Tras eso saltó a la cama y se dirigió con paso firme hacia la cabecera. Ella estaba allí, durmiendo plácidamente, parecía estar esperándole. Todavía recordaba el día que vio esa cara por primera vez, asomándose a lo que hasta ese momento había sido su hogar, una caja en un patio de vecinos. Nada más verla supo que aquella persona era especial y en su pequeño corazón de cachorro algo saltó cuando unas cálidas y dulces manos lo cogieron con cariño. No le dio pena separarse de su madre y hermanos, al menos no excesiva, sabía que iba a ser querido y cuidado, que esa chica iba a ser su dueña y su único amor.
Apoyó su cara contra la de ella. Estaba caliente y notó la respiración acompasada de alguien que duerme profundamente. Maulló bajito, para no sobresaltarla, además, sabía que un simple maullido bajo era suficiente para despertarla, y así sucedió. Abrió los ojos y le miró...,
- Buenos días, ¿ya estás despierto? Madrugador, que eres un madrugador -, le dijo mientras le acariciaba tiernamente la cabeza y le rascaba la tripa (lo adoraba). - ¿Ya quieres desayunar o vamos a la ducha?
"Contigo iría a donde quieras", pensó para sí mismo y maulló alegre mientras bajaba de la cama y se sentaba en el suelo esperando la reacción de la persona que amaba. Ella seguiría la misma rutina de siempre, iría al baño, se ducharía y luego desayunaría para irse o a trabajar o a comprar o a descansar, según fuera día de diario o sábado o domingo. Hoy tocaba irse a trabajar, así que, después de seguirla por toda la casa detras de cada paso que daba, la despidió en la puerta, recibiendo su correspondiente abrazo y caricia y un "no seas trasto" y procedió a hacer su ronda diaria por la casa. Todo estaba en orden, comida y agua fresca en los cuencos, arena limpia en su bandeja, el grifo del vidé abierto por si quería refrescarse, sus juguetes en el salón y el rascador recién arreglado por si sus uñas se desafilaban. Era un gato casero y estaba orgulloso de serlo, era feliz viviendo en ese piso, sufriendo la tortura del veterinario, comiendo comida seca, hierba prefabricada y jugando con juguetes que poco tenían que ver con un ratón, era feliz y la razón era ella.
Con esos pensamientos se durmió y soñó, soñó que en una vida futura sería hombre y podría volverla a encontrar, soñó que se casaban (lo había visto en la tele) y que tenían un gato y niños, soñó con la felicidad plena. Y soñó hasta que oyó la puerta de la calle. Sí, era ella y venía de la compra, podía notarlo en su andar más pesado que de costumbre, su día había sido normal, nada fuera de lo corriente parecía haberle pasado y eso le reconfortó. Con esa sensación de tranquilidad salió a recibirla a la entrada.
- ¡Hola, pequeñajo! ¿Ya vienes a buscar tu cepillado diario? -, dijo ella al verle. No es que le gustara mucho que le cepillasen, aunque su pelo lo agradecía, lo hacía por oirla cantar y notar como, si el día había sido duro, ella se relajaba con el tacto de su pelaje. Raro era el día en que no acababan los dos ronroneando y haciendo guerras a ver quién lo hacía por más tiempo, tras el cual venía otra guerra de caricias y pequeños amagos de lucha. Era el momento mejor del día. Tras él venía la cena y la televisión o el trabajo frente al ordenador, siempre sobre su regazo o tirado sobre la CPU, según el frío que hiciera.
El final del día implicaba otro pequeño juego, "no te subas", era su frase para indicarle que su sitio era su cuna y no su cama, pero a él le encantaba hacerle rabiar subiéndose cada vez que ella se daba la vuelta hasta que por fin se daba por vencida. Esperaba a que se durmiera y entonces bajaba sigilosamente y se sentaba, vigilando sus sueños, alerta a posibles pesadillas. Dicen que los gatos se pasan todo el día durmiendo y en su caso era verdad, dormía por el día lo que velaba por la noche... Buenas noches, mi amada, duerme tranquila, yo velo tus sueños.
Se metió en la cama, y, como todas las noches, peleó con él porque no se subiera a la cama. Era un cabezota, al final haría lo que quisiera, pero no podía evitar concederle ese capricho, en su mirada había algo especial, ya desde el día en que lo recogió de una sucia caja en un patio tanto o más sucio lo vió. Sus ojos eran diferentes, casi humanos, parecían decir "Te quiero, yo cuidaré de ti" y en el fondo así era. Lo adoptó porque era negro con los ojos verde-amarillentos, como los gatos de las brujas, parecía el más despierto de sus hermanos, el más gamberro, con aires de pantera pero, al contacto con sus manos, se transformó en un gato dócil y tranquilo, más parecía un perro que un felino y había llegado a ser parte imprescindible de esa casa, a la que llegó como mero accidente. Había sido acogido para evitar la soledad de una pérdida y ahora ella no podía imaginarse la vida sin él y a veces deseaba poder ser gata para compartir con él algo más que juegos y "riñas", ¿pudiera ser por eso que le llamó como su gran amor? Buenas noches, amado mío, sueña despierto, yo te buscaré en el reino de los sueños.
Abrió los ojos y miró alrededor, todo estaba tranquilo. Como cada mañana desde hacía tres años, observó la habitación y vio el mismo cuadro, la misma imagen, muñecas y figuritas que parecían sonreírle con el buen humor de quien se despierta descansado, los tímidos rayos de luz asomando sobre la persiana bajada sólo a medias, como a ella le gustaba dejarla, para que, si se despertaba por la noche, no se asustara. Todo era conocido, olía a casa, era feliz..., salvo por un detalle, no era humano.
Se desperezó y procedió a su protocolo diario, el mismo que le enseñó su madre en su cuna-caja. Se levantó y se estiró, primero las patas delanteras, echando el culo hacia atrás y hacia arriba, luego el cuerpo y la espalda, arqueándolos bien, y finalmente las patas traseras, proceso que hizo mientras andaba hacia la cama de su dueña. Se sentó y se mojó con la lengua la parte interior de su pata delantera derecha, se la pasó por la cara, los bigotes y la trasera de la oreja derecha e hizo lo mismo con su pata izquierda. Tras eso saltó a la cama y se dirigió con paso firme hacia la cabecera. Ella estaba allí, durmiendo plácidamente, parecía estar esperándole. Todavía recordaba el día que vio esa cara por primera vez, asomándose a lo que hasta ese momento había sido su hogar, una caja en un patio de vecinos. Nada más verla supo que aquella persona era especial y en su pequeño corazón de cachorro algo saltó cuando unas cálidas y dulces manos lo cogieron con cariño. No le dio pena separarse de su madre y hermanos, al menos no excesiva, sabía que iba a ser querido y cuidado, que esa chica iba a ser su dueña y su único amor.
Apoyó su cara contra la de ella. Estaba caliente y notó la respiración acompasada de alguien que duerme profundamente. Maulló bajito, para no sobresaltarla, además, sabía que un simple maullido bajo era suficiente para despertarla, y así sucedió. Abrió los ojos y le miró...,
- Buenos días, ¿ya estás despierto? Madrugador, que eres un madrugador -, le dijo mientras le acariciaba tiernamente la cabeza y le rascaba la tripa (lo adoraba). - ¿Ya quieres desayunar o vamos a la ducha?
"Contigo iría a donde quieras", pensó para sí mismo y maulló alegre mientras bajaba de la cama y se sentaba en el suelo esperando la reacción de la persona que amaba. Ella seguiría la misma rutina de siempre, iría al baño, se ducharía y luego desayunaría para irse o a trabajar o a comprar o a descansar, según fuera día de diario o sábado o domingo. Hoy tocaba irse a trabajar, así que, después de seguirla por toda la casa detras de cada paso que daba, la despidió en la puerta, recibiendo su correspondiente abrazo y caricia y un "no seas trasto" y procedió a hacer su ronda diaria por la casa. Todo estaba en orden, comida y agua fresca en los cuencos, arena limpia en su bandeja, el grifo del vidé abierto por si quería refrescarse, sus juguetes en el salón y el rascador recién arreglado por si sus uñas se desafilaban. Era un gato casero y estaba orgulloso de serlo, era feliz viviendo en ese piso, sufriendo la tortura del veterinario, comiendo comida seca, hierba prefabricada y jugando con juguetes que poco tenían que ver con un ratón, era feliz y la razón era ella.
Con esos pensamientos se durmió y soñó, soñó que en una vida futura sería hombre y podría volverla a encontrar, soñó que se casaban (lo había visto en la tele) y que tenían un gato y niños, soñó con la felicidad plena. Y soñó hasta que oyó la puerta de la calle. Sí, era ella y venía de la compra, podía notarlo en su andar más pesado que de costumbre, su día había sido normal, nada fuera de lo corriente parecía haberle pasado y eso le reconfortó. Con esa sensación de tranquilidad salió a recibirla a la entrada.
- ¡Hola, pequeñajo! ¿Ya vienes a buscar tu cepillado diario? -, dijo ella al verle. No es que le gustara mucho que le cepillasen, aunque su pelo lo agradecía, lo hacía por oirla cantar y notar como, si el día había sido duro, ella se relajaba con el tacto de su pelaje. Raro era el día en que no acababan los dos ronroneando y haciendo guerras a ver quién lo hacía por más tiempo, tras el cual venía otra guerra de caricias y pequeños amagos de lucha. Era el momento mejor del día. Tras él venía la cena y la televisión o el trabajo frente al ordenador, siempre sobre su regazo o tirado sobre la CPU, según el frío que hiciera.
El final del día implicaba otro pequeño juego, "no te subas", era su frase para indicarle que su sitio era su cuna y no su cama, pero a él le encantaba hacerle rabiar subiéndose cada vez que ella se daba la vuelta hasta que por fin se daba por vencida. Esperaba a que se durmiera y entonces bajaba sigilosamente y se sentaba, vigilando sus sueños, alerta a posibles pesadillas. Dicen que los gatos se pasan todo el día durmiendo y en su caso era verdad, dormía por el día lo que velaba por la noche... Buenas noches, mi amada, duerme tranquila, yo velo tus sueños.
Se metió en la cama, y, como todas las noches, peleó con él porque no se subiera a la cama. Era un cabezota, al final haría lo que quisiera, pero no podía evitar concederle ese capricho, en su mirada había algo especial, ya desde el día en que lo recogió de una sucia caja en un patio tanto o más sucio lo vió. Sus ojos eran diferentes, casi humanos, parecían decir "Te quiero, yo cuidaré de ti" y en el fondo así era. Lo adoptó porque era negro con los ojos verde-amarillentos, como los gatos de las brujas, parecía el más despierto de sus hermanos, el más gamberro, con aires de pantera pero, al contacto con sus manos, se transformó en un gato dócil y tranquilo, más parecía un perro que un felino y había llegado a ser parte imprescindible de esa casa, a la que llegó como mero accidente. Había sido acogido para evitar la soledad de una pérdida y ahora ella no podía imaginarse la vida sin él y a veces deseaba poder ser gata para compartir con él algo más que juegos y "riñas", ¿pudiera ser por eso que le llamó como su gran amor? Buenas noches, amado mío, sueña despierto, yo te buscaré en el reino de los sueños.
2 comentarios:
¡Ay, qué mono! Me encanta ese gatín.. es adorable!! Me gusta mucho cómo lo hs plasmado todo. Me encanta esa adoración que tiene por su dueña. Ains... Quiero uno, y que sea así. Gracias, Isa :D
Nada mujer, todo un placer sentarse a escribir de algo que una ha vivido y que añora mucho y con más gusto si se lo ha propuesto una amiga. Me alegro de que te haya gustado :D
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